INSTITUTO DE INDOLOGÍA

LADAKHOS

Juan Luis Salcedo

            Los viajes a lugares remotos, ha puesto de moda un país situado en los confines del Himalaya indio, el Ladak, también conocido como el pequeño Tíbet.

            Ladak, forma parte del Cachemira indio desde mediados del siglo XIX. Situado en la meseta del Tíbet, a una altitud media de cuatro mil metros sobre el nivel del mar, es una región de lluvias escasas y de grandes extensiones de terreno árido e incultivable. Lo rodean dos de las cordilleras montañosas más importantes de Asia, la del Himalaya al Sur y la del Karakorum al Norte, extendiéndose paralelas una a la otra. El Himalaya forma una barrera impenetrable de montañas de más de seis mil metros, que impiden la llegada de los monzones procedentes del sur, lo que significa que el índice de precipitaciones es tan escaso como en un desierto, creando ese paisaje tan típico del Tíbet, seco y desnudo como la misma superficie de la Luna. Solo donde los ríos llevan agua procedente de los glaciares o de la nieve derretida, se encuentran recursos suficientes para dar vida a la tierra. A lo largo de los ríos, existen comarcas fértiles y las llanuras del valle del Indo, proveen de pasto a grandes rebaños de ovejas y cabras.

            La zona ha sido conflictiva desde la independencia del subcontinente asiático, a pesar de sus pacíficos habitantes. China trató de anexionarlo cuando invadió Tíbet en 1958, y en 1962 invadió también el norte de Ladakh. En 1965, las tropas chinas llegaron cerca de Kargil, situada en la rivera del río Indo, pero las tropas indias les hicieron retirarse a la actual frontera. Por otro lado, el contencioso que mantiene Pakistán con la India sobre el estado de Cachemira, ha provocado serios enfrentamientos armados entre los dos países. Esto provocó que hasta el año 1974 no se abriesen estos valles al mundo exterior. Permitiendo a los viajeros que lo visitan, observar todavía casi intactas, la pureza de las costumbres de sus habitantes.

            Las altas casas de piedra construidas en hileras sobre las pendientes de las montañas y los grandes monasterios blancos, caracterizan el paisaje de Ladak. Aunque el altiplano de Ladakh se encuentra dentro de los límites de la India, cultural y étnicamente la región forma parte del mundo tibetano. Casi todos sus habitantes hablan un dialecto tibetano y se consideran más tibetanos que indios.

            Pero la población no es del todo homogénea. Los habitantes más antiguos son los dardos, pueblo de lengua aria emparentados con las gentes de Chitral, y conocidos también como brokpas, y los mons procedentes de Cachemira. Unos y otros fueron rebasados en número por inmigrantes de origen mongoloide y lengua tibetana, que llegaron a Ladakh desde el este, constituyendo una prolongación de las gentes del Tíbet. Los actuales ladakhos son en gran parte, resultado de la mezcla de estas tres poblaciones con predominio tanto físico como cultural del elemento tibetano. Además muchos refugiados tibetanos que huyeron de su país con la invasión china se quedaron aquí. En consecuencia  Ladakh es posiblemente en la actualidad más tibetano que el mismo Tíbet, dados los dramáticos cambios producidos en él por los chinos.

            Ladakh vivió desde antes del siglo V, bajo la influencia del Tíbet. En el siglo X, cuando el imperio tibetano se dividió en varios reinos independientes, Ladakh se convirtió prácticamente en una región autónoma y así se mantuvo durante setecientos años.

            A principios del siglo XVII los musulmanes procedentes del Baltistán invadieron Ladak, quemaron los templos y monasterios budistas, pero no se anexionaron la remota región. A finales de ese mismo siglo, fueron los tibetanos los que pusieron la mirada en ese territorio invadiéndolo. El rey ladakho incapaz de defenderse, pidió ayuda al gobernador musulmán de Cachemira, que no dudó en enviarle ayuda militar. Y ya se sabe, cuando un país pide ayuda a otro, tiene que pagar una factura, en este caso no fue excesivamente gravosa para los tiempos que corrían. La condición fue que se convirtiera al islamismo y levantara una mezquita en Leh, la capital y en un orden menos espiritual, Ladakh debió pagar desde entonces un tributo anual al gobernador de Cachemira. Durante un siglo, el país sufrió migraciones pacíficas y cambios políticos en el gobierno. A principios del siglo XIX, los gobernantes budistas habían sido desplazados por los de religión hindú que al estar en minoría, cuando vieron peligrar su hegemonía, pidieron ayuda a sus hermanos indios. Tampoco estos lo dudaron, acudieron en su ayuda y la suerte no se repitió por segunda vez para los ladakhos, que fueron invadidos y conquistados definitivamente, pasando el país a depender de la India.

            A pesar de las vicisitudes políticas, Ladakh ha seguido siendo un país budista, apenas distinto de las provincias vecinas del Tíbet. El conflicto entre china e India interrumpió en la década de los sesenta, los lazos culturales y comerciales con el Tíbet y el productivo intercambio de sal, lana y té con los tibetanos, a cambio de artículos de consumo traídos de la India, ha hecho casi desaparecer este negocio.

            El clima favorece el cultivo de cereales, pero la escasez de lluvias, obliga a los labradores a construir terrazas e irrigar los campos artificialmente, canalizando el agua de los ríos y de los arroyos de las montañas que se forman con el deshielo de los glaciares y de la nieve acumulada durante el invierno. A pesar de la aridez de la región, las cosechas son suficientes para alimentar a la población, porque el suelo tiene buen rendimiento.

            Cuando el viajero visita el país, se encuentra con un pueblo amistoso, que le atiende con una sonrisa a sus requerimientos. Los extranjeros son bienvenidos y tratados con un sentido desarrollado de la hospitalidad, todavía no se ha deteriorado el trato entre las personas por el desmedido afán de lucro que tienen otros pueblos frente al turismo. Los ladakhos son conscientes del beneficio que reporta el turismo y aprecian los ingresos extras, que les puede significar el trabajo eventual con los visitantes, pero no por ello se muestran serviles, el trato agradable es natural en ellos.

            Estos intercambios con culturas ajenas en su sociedad son todavía apenas perceptibles, la economía está fundamentada como hace siglos en el cultivo de la tierra, la ganadería y el comercio. Los hombres se ocupan de arar los campos con yaks o bueyes, pero el resto de los trabajos agrícolas recae en las mujeres, que cuidan los cultivos mientras los hombres emprenden largos viajes para comerciar. El dinero hasta hace poco apenas circulaba, pues el trabajo todavía se pagaba en granos o devolviendo la ayuda cuando llegaba la ocasión. Esto les ha convertido en una sociedad solidaria y razón de su progreso en un entorno duro y hostil.

            Los pueblos de Ladakh han conservado su aspecto tradicional. Las casas de tejado plano de hasta tres pisos de altura, están construidas en filas sobre las empinadas laderas de las montañas. La oscuridad interior de estas casas se intensifica con el hollín que cubre las paredes y el techo, producido por las lámparas  alimentadas con manteca de yak y la lumbre donde se quema el estiércol. La escasez de madera en el altiplano, hace que sea demasiado valiosa para quemarla, por lo que usan estiércol de vaca o de yak como combustible.

            Los ladakhos visten como los tibetanos, la chuba, un abrigo de gruesa lana, que suele ser granate, debajo llevan una camisa de algodón crudo. En las piernas, desde las rodillas a los tobillos, llevan unas burdas polainas ceñidas de lana. Las botas son de fieltro, con la suela de piel de oveja o cabra. Últimamente, se han producido cambios en las costumbres. Hasta hace pocos años no lavan nunca la ropa y tomaba en seguida un tono oscuro. Una vez al año al principio del verano era el día señalado para lavarse, tirar la ropa que se había llevado durante todo el año y ponerse ropa nueva. Era un día de fiesta, y no es de extrañar, ya que no solo cambiaba la ropa de color, también cambiaba el de las personas, abandonando los rostros el tono marrón oscuro de la suciedad, grasa y hollín, para pasar a lucir unas mejillas sonrosadas.

Las mujeres ladakhas visten una chaqueta negra de lana y una falda larga ancha de rayas de colores, también de lana. Encima llevaban, hasta hace poco, una capa de piel de oveja con la lana vuelta hacia dentro, que se cierra por delante con un gran broche de hierro o latón. Además las personas acomodadas se ponen por encima de esta capa un brocado o adornos de seda. Se recogen el cabello en pequeñas trenzas que dejan colgando alrededor de la cabeza. Las solteras atan sus trenzas con cordones blancos, las casadas con cintillas negras. Para las ceremonias se colocan unos gorros de fieltro o astracán negros donde cosen todas las turquesas que han heredado o comprado junto con cuentas de coral. Las mujeres ricas, lucen pendientes de plata y cadenas del mismo metal.

            Hasta hace poco un gran porcentaje de la población masculina eran monjes budistas que vivían en los monasterios, aunque hoy en día, el aumento de la población, el turismo y el comercio ha diversificado esta distribución. Los lamas desempeñan un papel muy importante en la población; realizan una función religiosa, docente y social, aportando sus conocimientos de medicina tradicional tibetana, en un país que no ha tenido hasta ahora otro remedio para la enfermedad. Así que no es costumbre que todos los lamas vivan en los monasterios, los monjes están imbricados profundamente en la sociedad, muchos de ellos residen en los pueblos y participan en las actividades laicas de la población, también labran los campos y comercian para los monasterios.

            Después de viajar por el país, el recuerdo más vivo de Ladakh que nos quedará en la memoria, será además de sus gentes, el de sus monasterios-fortaleza, apostados como halcones en las cumbres de los montes, observando el transcurrir de los tiempos, mientras los mortales caminamos por el fondo de los valles.

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